SOBRE NUESTRA HISTORIA PATRIA Y NUESTRA DAÑADA POLÍTICA EXTERIOR 

En las relaciones de México y España hay, quizás comprensiblemente, mucha confusión, mucha ignorancia y mucha ideología. Es lo que nos enseñaron en nuestra “historia patria” en la primaria y son los resabios, ahora vueltos al primer plano, de nuestro nacionalismo revolucionario. Desde mi republicanismo, creo que seguimos sin entender a los españoles, al papel que desempeña su monarquía y de paso sin entendernos a nosotros mismos. Además, para empezar, no estoy seguro que esto del perdón funcione así. El perdón, que es una cosa muy cristiana, no se solicita, sino que se otorga y debe hacerse desde el fondo del corazón y de la conciencia, para que realmente sane a quien lo otorga, no a quien lo pide. Así que esta historia de exigir esta disculpa histórica no está, para mi gusto, ni bien planteada. 

Hace algunos años, presencié una ceremonia en El Colegio de México, institución en la que laboro desde hace un cuarto de siglo y que fue fundada por el entonces presidente Lázaro Cárdenas, para acoger a los refugiados españoles, republicanos, que venían huyendo de la guerra civil, perdida para ellos. En esa ocasión, el entonces Príncipe de Asturias y hoy Rey Felipe VI develó una placa que dice, bajo el sello de la Corona de España: “A la Casa de España. A El Colegio de México. Testimonio de gratitud de la emigración republicana española”. O sea que ahí teníamos al heredero de la Corona, haciendo un homenaje a la institución mexicana que había acogido a los republicanos españoles. Lo que para mí significa que la monarquía española puede reconocer incluso a quienes se opusieron a ella. En suma, no es que el rey Felipe VI no sepa dialogar con los que piensan distinto a él. Pero hay maneras, mucho más diplomática, de obtener las cosas. Y ciertamente no es confrontando, ni a la Corona ni a nadie. 

En toda esta victimista postura de nuestro gobierno, que busca ganar no sé qué, exigiendo una petición de perdón para, según esto, iniciar una nueva relación, hay en primer lugar una incomprensión absoluta del papel de la Corona española, tanto en la conquista como en la “colonia”, o época virreinal, así como hoy. Si nuestros gobernantes y sus asesores fueran un poco menos ignorantes y menos ideológicos, sabrían que después de la conquista, hecha por los conquistadores a nombre de la Corona, pero sin pedirle autorización, más que a posteriori (lean las Cartas de relación de Hernán Cortés), fue ésta la que intervino para controlar los excesos de los conquistadores, enviando rápidamente oidores, virreyes, arzobispos y toda clase de funcionarios que tenían ciertamente el objetivo de poner orden en esa nueva adquisición, pero también de controlarlos. La historia de las encomiendas, otorgadas solo para una generación posterior a la de los conquistadores y de muchos códices, hechos para defender a las comunidades indígenas ante la Corona, con caciques que se consideraban aliados, frente a los excesos e intentos de expoliación, muestran claramente que la Corona era, en ese triángulo, la defensora en última instancia de los derechos de los indígenas, por lo menos en la época de los Habsburgo. Luego, la “modernización” de los Borbones pudo haber cambiado las cosas para mal, pero no únicamente para los indígenas, sino también para los mestizos y criollos, quienes fueron en última instancia quienes hicieron la independencia. 

Luego se nos olvida que Hidalgo dio el grito de independencia, exclamando, entre otras cosas, vivas al rey Fernando VII. Lo cual significa que, por lo menos al principio, nuestros padres de la patria no contemplaban una separación de la Corona. Recuerdo una discusión en la preparatoria con un profesor de historia que nos hablaba de la incoherencia de Hidalgo, al pretender la independencia proclamando su lealtad al rey, a quien le tuve que recordar el ejemplo de Canadá para que viera que el grito de Hidalgo no era tan absurdo.  

Pero todas esas pequeñas lecciones de la historia desaparecen ante las posturas victimistas e ideológicas, de quienes, ignorando el papel que por lo menos en algunos casos ha tenido la monarquía, y lo que ésta representa para la mayoría de los españoles, insiste en un pleito que no le sirve a nadie, más que a quienes ven en el encono y en el resentimiento un instrumento de política. Y así, nuestra política exterior comenzó con un traspié, protagonizado por la última persona que debía darlo. 

 

Roberto Blancarte - 17 de octubre de 2024 

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