LAS IGLESIAS Y LA VIOLENCIA  

Todas las sociedades del mundo conocen la violencia. La nuestra está totalmente fuera de control. El asesinato del sacerdote católico Marcelo Pérez Pérez, el domingo pasado, es la última muestra de que el crimen organizado (o el desorganizado) está imperando en todo el país y de que quienes gobiernan (en todos los niveles) están absolutamente rebasados y han sido incapaces de frenar al crimen y la inseguridad. No hay ya, prácticamente nadie que esté fuera de su alcance: diputados, presidentes municipales, sacerdotes y por supuesto empresarios, maestros, estudiantes, por no hablar de la gente común, del pueblo, ese del que tanto hablan y presumen su respaldo. En este reciente caso, se trata de un sacerdote indígena, de los pocos que hay en el país, comprometido con la paz y la justicia entre los pueblos originarios, como lo afirma el cardenal Felipe Arzimendi, obispo emérito de San Cristóbal, quien lo ordenó como presbítero. Según el cardenal Arizmendi, el párroco de la iglesia de Guadalupe en esa ciudad nunca se inclinó por algún partido en las luchas por el poder político y económico en la región de Pantelhó y siempre fue un sacerdote “muy centrado en su vocación, de mucha oración, muy pegado al Sagrario, y muy comprometido con su pueblo”.

Arizmendi señala que su asesinato nos demuestra “el clima de violencia que se ha desatado en Chiapas y en casi todo el país” debido a la descomposición social “que empieza por la destrucción de la familia y se consolida por la impunidad en que actúan grupos armados”. El cardenal asevera con prudencia que “no todo es culpa del gobierno, pero es indicativo de que el gobierno y todos nosotros, incluso las iglesias, estamos rebasados… Esto debe hacer reflexionar a todos, a los creyentes también, pero sobre todo al gobierno en el poder, para que busquen cómo desmantelar a estos grupos armados, que están haciendo tanto daño a la comunidad”. Hace poco más de un mes el párroco Pérez dio una entrevista en la que hablaba de la terrible situación que vive Chiapas y de que el pueblo ya no aguanta y se estaba levantando y las diócesis de esa entidad se estaban uniendo para trabajar en favor de la paz, ante un gobierno que niega sistemáticamente la existencia de la violencia. Abogaba por una cosa muy simple: que los funcionarios se tomen en serio la vida del pueblo y por el retorno de la paz. Por eso, me queda claro, fue asesinado después de oficiar misa en San Cristóbal. 

El gobierno federal actual tiene un problema serio, porque no quiere admitir esta situación de violencia, que se está dando, de manera diversa, en todo el país. Y no quiere hacerlo por una razón muy simple: sería admitir que el gobierno de la 4T, del que se dicen herederos y continuadores, fracasó en materia de seguridad. La estrategia, si así la podemos llamar, simple y sencillamente falló de manera estrepitosa. Hubo más asesinatos y más desapariciones que en los sexenios anteriores y el crimen organizado controla, en la práctica, grandes territorios del país. Hay muchos lugares donde ya no se puede circular tranquilamente. El gobierno está perdiendo el monopolio legítimo de la fuerza. Su respuesta, ya insostenible, es que todo es culpa de la estrategia del ex presidente Felipe Calderón. Tuvieron seis años para ensayar su estrategia y simplemente no funcionó. 

La Conferencia del Episcopado Mexicano manifestó “su más enérgica condena y profundo dolor” ante el asesinato del sacerdote tsotsil. Los jesuitas también lo hicieron. Ante la gravedad de la situación que sufre el pueblo chiapaneco, se antojaría algo más enérgico, pero la verdad es que, en términos generales, la jerarquía católica ha permanecido básicamente callada e inmóvil ante la profunda ruptura del tejido social. Parecería más preocupada por las iniciativas parlamentarias sobre la muerte digna, el aborto, el matrimonio igualutario, que por la situación de violencia que atraviesan los creyentes y sus propios sacerdotes. Se antoja que vuelva a venir el papa a regañar a los obispos mexicanos, por su falta de compromiso con la feligresía. No se ve, en todo caso, que puedan ser un factor importante de organización del reclamo social, a pesar de ser posiblemente la única institución con capacidad de hacerlo a nivel nacional. En las próximas semanas exploraremos algunas de las causas de esta inacción, no sólo de la iglesia mayoritaria, sino de la gran mayoría de las agrupaciones religiosas. 

 

Roberto Blancarte - 21 de octubre 2024  

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