TOMÉMOSLE LA PALABRA
Yo creo que hay que tomarle la palabra a Trump. Sugiere que nos convirtamos en el estado número 51 de la Unión Americana. Sería fabuloso. Nos darían a todos pasaportes gringos, pero como en el estado soberano que sería México, así como lo son los distintos estados de ese país, podríamos quizás conservar nuestro pasaporte mexicano y usarlo cuando viajáramos a cualquier lugar adonde no quieren a los estadounidenses; el Medio Oriente, por ejemplo, o Rusia. Aunque en general creo que preferiríamos viajar con pasaporte gringo, para estar realmente protegidos contra cualquier agresión en un país extranjero, como si lo hiciéramos a Canadá, por ejemplo. Pero lo mejor de todo sería que ya no tendríamos la frontera norte. Después de todo ya estamos integrados comercial y económicamente y nos uniríamos a los más de 20 millones de mexicanos que viven allá. Trump ya no tendría que deportar a nadie. Por el contrario, nos daría, a todos, la nacionalidad. Olvídense de la Green card. Incluso lo podríamos apoyar en su idea de que sólo por derecho de sangre se pudiera adquirir la nacionalidad y así evitaríamos que otros advenedizos, suecos o noruegos, por ejemplo pretendieran que sus hijos fueran americanos sólo por nacer en nuestro territorio. Trump se convertiría en el héroe que nos dio una patria próspera y pujante. Mejor aún, como somos 130 millones de habitantes, tendríamos más votos en el colegio electoral que ningún otro estado. Tendríamos más peso que California o Nueva York. En poco tiempo un candidato proveniente de nuestro estado sería candidato a la presidencia. Obviamente tendríamos más peso que el de otros de origen latino minoritarios como Mark Rubio.
Si nos convirtiéramos en el estado 51, cumpliríamos el sueño que otras comunidades han buscado con sus esfuerzos de integración, como la Unión Europea, que no acaba de integrarse a pesar de haber más o menos eliminado sus fronteras internas y más o menos adoptar una sola moneda. Aquí nos brincaríamos directamente a una integración total, sin fronteras. Pediríamos, eso sí, inmediatamente que, como en Canadá, hubiera por lo menos dos idiomas oficiales. México sería como el Québec del sur. Y por supuesto, como nos indicó el prócer Trump, se acabarían los aranceles, porque ni modo que nos los quieran aplicar después de unirnos. Y ya no necesitaríamos tratado de libre comercio y andar batallando con litigios por el maíz transgénico. Los miembros del crimen organizado ya no tendrían que ser catalogados como terroristas, sino como simples delincuentes a los que ya no es necesario extraditar. Tampoco tendríamos que estar peleando por el INE o los otros organismos para la transparencia o contra la corrupción. Nos dejarían tener nuestra propia corrupción, como ya la tienen ellos. Y así le podríamos echar la culpa de nuestros problemas a los centroamericanos. Hasta empezaríamos a hablar de poner un muro en el Suchiate, construido por la Guardia Nacional. Y hasta sería posible cultivar marihuana, como ya lo hace en algunos de sus estados. Muchas de nuestras regiones crecerían enormemente con eso.
Eso sí, tendríamos que hacer algunos ajustes a nuestra historia patria. Por ejemplo, en lugar de andar diciendo que en nuestro estado ya había universidades e imprentas cuando allá todavía pastaban los búfalos, tendríamos que recordar que los bisontes (para ser exactos) seguían pastando en el Oeste cuando nos partieron la madre y nos quitaron la mitad del territorio. Tendríamos que decir también que en realidad hubo dos etapas en la incorporación de México a la Unión; una en 1848 y otra en 2024. Y tendríamos que revisar algunos otros pasajes de la historia; por ejemplo, no decir que Pancho Villa invadió territorio estadounidense, sino que se adelantó a sus tiempos y que la persecución de Pershing fue para que se entrenara para la Primera Guerra Mundial. Lo de los bombardeos a Veracruz lo podríamos comparar con la guerra civil de 1861-1865 y mostrar que no fue nada frente a la carnicería que hicieron, porque a Texas se le ocurrió restablecer la esclavitud que nosotros ya habíamos eliminado. Y con la ventaja de que ya tenemos establecido el 5 de mayo como fiesta nacional. Nada más tendríamos que explicarles que no fue el día de nuestra independencia.
Sin duda, nuestros Estados Unidos de América sería un país muy bonito, con nuestras tradiciones que ya se celebran de hecho desde hace mucho en Los Ángeles, Chicago o Nueva York. Y aumentaríamos nuestras fechas de celebración, pues además del día de natalicio de Juárez, del día del grito, del de la revolución, del de la Virgen de Guadalupe (que no es oficial, pero de todas maneras lo celebramos), le agregaríamos el Thanksgiving, mezclaríamos con más libertad (que ya lo hacemos) el Día de Muertos con el Halloween y ni hablar de la Navidad con todo y Santa Claus.
Me detengo aquí, pero se me ocurren muchos otros beneficios que obtendríamos si el bocón de Trump nos cumpliera. Lo malo es que ya lo sabemos, por un lado, no van a faltar los trasnochados nacionalistas y, por el otro, ya sabemos que este gringo es puro jarabe de pico. Tendremos que conformarnos con nuestra realidad. Seguiremos siendo un país soberano, sin muchas otras ventajas, pero eso sí, con mucho orgullo nacional.
Roberto Blancarte - 10 de diciembre de 2024