ACOSTUMBRADOS AL CINISMO Y LA VIOLENCIA
¿Cuál es el número normal de muertos en una sociedad? ¿Hay alguna relación con un determinado estado social? ¿Estamos condenados a sufrir de manera permanente la violencia a estos niveles, como si fuera parte intrínseca de nuestra sociedad? Neoliberalismos o populismos, escoja usted, si además cree que el mundo se divide en dos, pero, en cualquier caso, el problema de fondo en México está, para mi gusto, en otro lado. Lo peor de nuestra realidad socio-política es que ya nos acostumbramos al cinismo y a la violencia. Y esto, por lo visto, se acentúa en las campañas electorales. Ya nada nos asombra y nada nos escandaliza. Que asesinen a familias enteras, incluidos niños y mujeres, que descabecen cuerpos, que controlen zonas enteras del país, que ya no se pueda transitar tranquilamente por las carreteras, que las extorsiones a los comerciantes y empresarios estén sin ningún control, que haya decenas de miles de desaparecidos, que los feminicidios sigan siendo cosa común, que las mafias controlen o exploten los pasos migratorios, que la trata de personas se haya incrementado, etcétera, etcétera. Las cifras de esta violencia van en aumento. Por ejemplo, los asesinatos relacionados con la violencia política en esta campaña son 37 y eso va acompañado de secuestros, atentados fallidos, otros ataques armados y múltiples amenazas. También a esto ya nos acostumbramos. En todo caso, no son normales, o más bien dicho, no son las cifras que deberíamos considerar como normales.
Acompañando a esta violencia cotidiana, a la que nos hemos acostumbrado, o nos han acostumbrado, nuestros políticos han desarrollado un cinismo creciente. Como los escándalos son ya cotidianos, todo se olvida al día siguiente y los políticos y funcionarios no sienten que tengan que dar explicaciones. Tenemos además un gobierno que no admite ninguna falta, ningún error, ninguna equivocación, ningún desliz, ninguna expresión desacertada. No hay, por lo tanto, espacio para la corrección o el ajuste. No hay nada que enmendar. El rumbo está fijado y el que no lo vea, vive en el error. Y los demás políticos aprenden rápido. Ya nadie se siente obligado a contestar a una acusación, así se haya difundido por medios nacionales y tengan la firma del mejor periodismo de investigación. Las peores acusaciones, sustanciadas, no les hacen mella. Y como todos los días se sucede un escándalo, no hay más que esperar a que las cosas se olviden. Nos acostumbramos ya a ese cinismo solapado por los seguidores, que están dispuestos a perdonarle todo a su líder, pero nada al contrincante. La paja en el ojo ajeno, como ellos mismos nos recuerdan evangelizadoramente.
No hay delito que perseguir, a menos que sea un enemigo del poder. Entonces sí, se pone todo el aparato de la procuración de justicia, para perseguir al contrincante, al enemigo, al rival, al que se atrevió a denunciar algo, al que osó cuestionar al presidente, al que hace años le hizo algo. La venganza es un plato que se come frío, dicen algunos. Y en este sexenio hemos visto cómo se han perseguido y encarcelado sólo a unos cuantos, cuyo pecado fue oponerse al poder ahora en turno.
La violencia ya adquirió carta de naturalización en nuestro país. Hay más de tres homicidios cada hora. Y a nadie parece preocuparle mucho. Mientras no le toque a uno. Me recuerda esas imágenes de una leona atacando a un cebú, que apenas puede defenderse, a pesar de sus afilados cuernos, mientras que los otros cebúes, la manada entera, lo ve con miedo y desinterés. Si uno o dos más se unieran a defender al cebú atacado, harían correr al agresor. Pero no lo hacen y el felino termina por vencer. En nuestra sociedad pensante, algo así estamos haciendo. Volteamos hacia otro lado y ya naturalizamos la violencia cotidiana. Nos va a costar mucho el finalmente hartarnos y hacer lo necesario para terminarla. Quizás deberíamos empezar por señalar con más firmeza a los cínicos, supuestamente encargados de resolver el problema.
Roberto Blancarte - 14/05/24