LA JERARQUÍA CATÓLICA Y LA 4T

La jerarquía católica tiene un problema con los líderes populistas y en particular con aquellos que se asumen como católicos o cristianos, quienes de alguna manera siguen el ideal de la institución en materia de posiciones sobre políticas públicas, es decir, que los funcionarios no distingan entre sus convicciones religiosas y su accionar en la esfera política. Parecería paradójico, pero, cuando finalmente llega al poder algún líder populista católico, resulta que ese ideal se desvanece. Las razones son varias, pero la principal es que esos líderes, aunque se manifiestan creyentes, no necesariamente siguen los dictados doctrinales de la institución, sino que tienen su propia idea de lo que debe ser la religión y la sociedad. Si bien mezclan sus convicciones religiosas con sus proyectos políticos, lo hacen a su manera y no necesariamente como la jerarquía de su Iglesia (católica en este caso) lo desearía. Por ejemplo, pueden favorecer políticas públicas que faciliten el divorcio, porque en su experiencia personal han visto que la postura de la jerarquía católica es muy rígida al respecto. O estar de acuerdo con el matrimonio entre personas del mismo sexo, o incluso en la despenalización del aborto. Pueden igualmente, estar a favor de la pena de muerte, o a favor de un capitalismo salvaje, contrariamente a lo que predica la institución eclesial. En suma, la “integralidad” (no integrismo) en materia político-religiosa que ha promovido durante siglos la jerarquía católica, oponiéndose al proceso de secularización (diferenciación de esferas) del mundo moderno, no necesariamente genera los resultados políticos y sociales que la institución religiosa desearía.

En ocasiones, incluso, esto lleva a un enfrentamiento (abierto o soterrado) entre los líderes populistas y la jerarquía en cuestión. El punto nos lleva a la definición misma de Iglesia: mientras que algunos asumen acríticamente que la Iglesia está constituida esencial o únicamente por pastores (en este caso sacerdotes y obispos), otros entienden que, de acuerdo al Concilio Vaticano II (entre otros momentos estelares de la autoconcepción eclesial), la Iglesia es toda la grey, es decir el “pueblo de Dios”. Hay por lo tanto también una disputa por la fijación de las normas doctrinales, así como de su seguimiento y obediencia.

En esta disputa, se insertan también los líderes populistas, por una razón central: ellos se presentan como líderes morales, en la medida que el populismo es esencialmente una forma de política moral o moralizante: éste divide el mundo en buenos y malos. Se presentan ellos de manera personal o sus movimientos políticos como alternativas morales en contra de las instituciones establecidas, lo que termina por incluir en esa categoría a las Iglesias o agrupaciones religiosas. La búsqueda por controlar a las agrupaciones sociales, o el rumbo ideológico de la nación (es decir su cultura política), termina empujando a un conflicto entre el régimen populista y las agrupaciones religiosas (sobre todo las mayoritarias), alrededor de la primacía moral. Los casos se repiten, desde Juan Domingo Perón, hasta Andrés Manuel López Obrador, pasando por Evo Morales, Hugo Chávez, Jair Messias Bolsonaro y Nicolás Maduro. No importa si se pretenden de derecha o izquierda: son populistas y comparten ese rasgo.

El choque es un desastre tanto para la vida religiosa como para la civil, ya no digamos para el Estado laico. Cuando un político o funcionario público se preocupa más por la moral que por la ley (o su aplicación) comienzan los problemas. En primer lugar, porque no está atendiendo su verdadero y jurado compromiso político, que es guardar y hacer guardar la Constitución. En segundo porque, al convertirse en un sustituto de líder religioso, compite directamente con los profesionales de la profesión moralizante, pero además lo mezcla, peligrosamente, con la política. Las derivas son inquietantes por razones múltiples: la moral del funcionario pasa a estar por encima de la ley, la cual, con la fuerza del poder público, puede pretender imponer “su” moral al conjunto de la población; ese mismo funcionario puede buscar apoyar o apoyarse en una sola agrupación religiosa en contra de las otras; el funcionario puede igualmente convertir en enemigos a todos aquellos que estén en contra de sus posturas morales, lo cual incluye a políticos rivales o a jerarcas eclesiales. Al final, esa mezcla tan deseada por algunos, termina por ser dañina para la vida civil y religiosa.

Es en este contexto en el que se puede entender el creciente distanciamiento entre la jerarquía católica y el gobierno de la autonombrada 4T. Las circunstancias específicas, es decir la violencia sufrida a lo largo y ancho del territorio nacional, por feligreses, sacerdotes y obispos, no es más que la expresión particular (en este caso manifestada en la falta de seguridad y de paz) de una disputa de mayor fondo; misma que, curiosamente, no se daría si líderes religiosos y políticos entendieran las virtudes y respetaran al Estado laico.

Roberto Blancarte - 07 de Mayo 2024

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