¿QUIÉN MANDA EN MÉXICO? 

¿Cuál es la realidad que vive México? ¿La del grito del 15 de septiembre en el Zócalo o la que se vivió en Sinaloa y en muchas otras partes del país ese día? Unos festejan la soberanía ganada por el pueblo mexicano y otros la ven amenazada en ciertas regiones del país. Festejamos nuestra independencia como nación, pero no queda claro si hay alguien que esté asegurando la soberanía nacional o del pueblo. El Estado, ese que en principio ejerce el monopolio de la fuerza, aparece desdibujado mientras celebramos que, teóricamente, ya no dependemos de otras naciones.

Pero la pregunta sigue estando en el centro de la atención pública: ¿quién manda en México? ¿quién es el soberano? Me remito, para contestar esto, a algo que escribí hace pocos años en una colección de “conferencias magistrales” sobre temas de la democracia para el INE (democracia y laicidad, 41): “En conexión directa con las guerras de religión, se replanteó también el concepto de soberanía, el cual habría de estar también conectado con el surgimiento del Estado laico. Sería Jean Bodin quien lo propondría para resolver el problema de la transición del poder feudal al Estado soberano. Según él, ‘la soberanía es el poder absoluto y perpetuo de la República’. Para Bodin era importante que el soberano, en su caso el monarca, tuviera la capacidad única y última del ejercicio del poder, incluyendo el de suspender los derechos de los señores de la guerra. Ante la inevitable pluralidad religiosa, se trata de imponer la tolerancia como única manera de preservar la unidad estatal.

En otras palabras, con el fin de alcanzar la paz, el soberano podía y debía pasar incluso por encima de la ley y los derechos feudales consuetudinarios. Posteriormente, esta teoría habría de justificar tanto las monarquías absolutas como el poder creciente de los nacientes Estados frente a las corporaciones. Pero serían Jean-Jacques Rousseau y Emmanuel Sièyes quienes siglos después le darían un nuevo giro, incorporando los adjetivos ‘popular’ y ‘nacional’ al concepto de soberanía. Si a Bodin le interesaba la unidad y estabilidad del Estado frente a las diversas facciones en la guerra religiosa, Rousseau cambia fundamentalmente el origen de su legitimidad. Es en el pueblo donde reside la soberanía y ya no en el monarca. Lo cual genera un cambio sustancial en la legitimidad del poder político. Mientras que las monarquías se sustentaban en el derecho divino, las repúblicas toman su poder y legitimidad del pueblo, a partir de un contrato social. De esa manera, no solo cambia el depositario de la soberanía, sino la fuente misma de legitimidad de ese poder. Sièyes, quien sería un actor central en la revolución francesa, sustituye soberanía del pueblo por soberanía de la nación, con lo cual contribuye junto con Rousseau a desacralizar la fuente del poder y a depositarla en otro ente, en teoría secular”. 

Pensemos entonces, en lo que está pasando en nuestro país. La soberanía reside en el pueblo, según nuestra Constitución. Y esa soberanía está depositada, mediante la voluntad popular, en el Ejecutivo y en el Legislativo, al mismo tiempo que el poder judicial vigila que esa Constitución sea respetada. Pero también los Estados son soberanos y estos tienen a su vez a sus propios Ejecutivos y Legislativos. Todos ellos tienen que interpretar la voluntad popular. La soberanía entonces, contrariamente a la época de las monarquías absolutas, está depositada en distintos lugares, pero todos legítimos, según lo establecido por la Constitución de la República. Así pues, la representación de la voluntad popular, en un país democrático, no puede estar concentrada en una sola persona, pero tampoco puede estar disputada por quienes no son los legítimos representantes de esta voluntad, en el plano nacional o de las entidades federativas. Y, por supuesto, en un Estado de derecho constitucional, tampoco puede ser usada en contra de las minorías, sino que debe utilizarse para protegerlas.

La conclusión lógica entonces es que no puede haber, a nivel nacional, dos Ejecutivos porque solo uno de ellos es el representante de la soberanía popular. Pero tampoco puede haber dos detentadores de la fuerza legítima en un mismo territorio. De lo contrario, la soberanía no existe. En el futuro próximo tendremos lógicamente una resolución de ese problema, tanto a nivel de presidencia de la República, como a nivel del ejercicio de la fuerza legítima en todo el país. Si no es así, solo presenciaremos la descomposición de esa República y regresaremos a la época de los cacicazgos locales y de los bandidos regionales.  

Roberto Blancarte - 19 de septiembre 2024

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