EL IMPACTO DE LA ECONOMÍA SOBRE LA POLÍTICA
En un país democrático, lo que suceda en la economía tiene repercusiones inmediatas sobre la política. Las señales de inversión a la baja o de aumento de la tasa de desempleo, el aumento del número de personas en pobreza extrema, o la falta de apoyos para aliviar los efectos de los desastres naturales, serían alarmas que tendrían que movilizar inmediatamente al gobierno en turno. Lo harían así porque, en un sistema democrático, insisto, los errores en las políticas económicas o sociales con repercusiones en las económicas, se terminan castigando a través del voto popular. En una democracia, los errores se pagan. Por ejemplo, en Argentina, la inflación desbocada terminó por provocar una aplastante derrota a los peronistas-kichneristas. Lo mismo está sucediendo, de manera relativa, con el ascenso de la ultraderecha en países como Francia o Alemania. Y por supuesto, sucedió en México con la estrepitosa derrota del gobierno priísta de Peña Nieto en 2018.
Sin embargo, eso sólo sucede en los países donde todavía hay una democracia multipartidista, donde los distintos actores políticos pueden competir más o menos en igualdad de condiciones. Pero donde, por el contrario, hay un partido hegemónico, absolutamente dominante y prácticamente monopólico, las cosas ya no suceden de esa manera; las condiciones para la competencia se alteran, el gobierno termina por controlar no sólo los órganos electorales, sino también los que califican judicialmente las elecciones, el legislativo está esencialmente cooptado también por el Ejecutivo y no hay ningún contrapeso real al poder en turno. Los ejemplos abundan y en América latina están bien señalados: Cuba, Nicaragua, Venezuela y ahora México se perfila para entrar en esa categoría. Estamos regresando a la situación de 1976, cuando el PRI compitió solo, pues el PAN decidió no hacer el juego al poder en turno y la izquierda estaba prohibida.
Durante décadas, la izquierda lucho por democratizar el país, aunque fue la derecha la que terminó aprovechándose inicialmente, a nivel nacional, de la resquebrajadura del sistema político imperante. Y cuando la “izquierda” llegó al poder (en realidad una mezcla de vieja izquierda no muy democrática, nacionalistas revolucionarios y priístas oportunistas) trabajó intensamente en contra de la democratización por la que había luchado durante décadas. Se dedicó a consolidar el poder político, a incrementarlo clientelarmente y a desmantelar las instituciones democráticas, que penosamente se habían construido y le habían permitido llegar al poder.
Por esa misma razón, lo que suceda en términos económicos no les afecta mayormente. No importa si la reforma al poder judicial provoca un extrañamiento de sus socios comerciales más cercanos, o si el peso conoce una sacudida por el temor de los inversionistas mexicanos o foráneos, si sus proyectos (realizados con el dinero de todos) no resultan productivos, o si la economía no crece. El país se puede pudrir, conocer una crisis económica de larga duración o el pueblo terminar por empobrecerse todavía más. Lo importante, para quienes están en el poder es conservarlo. Ellos no sufren las peores consecuencias de su sistema; por el contrario, se aprovechan. Los indicadores económicos dirán una cosa, pero ellos manejarán la propaganda a su gusto, intimidarán a los periodistas críticos, premiarán a los serviles, domesticarán a los medios de comunicación, controlarán todos los organismos que puedan eventualmente cuestionar su legitimidad y terminarán por imponer su voluntad, incluso durante décadas. Lo de Cuba, Nicaragua y Venezuela es la prueba viviente de ello.
Así que se equivocan quienes piensan que las sacudidas económicas, el alza del dólar, la disminución de las inversiones, la baja en las calificadoras que termina por pesar en la deuda, la ausencia de crecimiento económico, la crisis en el sistema de salud, etcétera, tendrá algún impacto en sus políticas. Eso no va a impedir que terminen desbaratando el poder judicial, tal y como lo conocemos ahora, ni que pasen por encima de los pocos logros electorales de la oposición. Su única fijación es el poder. Sus luchas por la democracia de las instituciones eran sólo para alcanzarlo. Una vez logrado, no habrá manera sencilla de sacarlos de allí. No es imposible, pero la lucha se tendrá que dar en el ámbito de la política y la ideología, no en el económico.
Roberto Blancarte - 02 de septiembre 2024