TRADICIONES Y RELIGIONES

¿Hasta dónde las religiones dejan de serlo y se convierten en tradiciones? ¿En qué momento la religión ya no es tal, sino cultura? ¿Cuándo, algo que es una cuestión espiritual se vuelve mercancía? Me hago estas preguntas, no por un afán filosófico o sociológico, sino porque tienen que ver con circunstancias y problemas reales. Por ejemplo, algunos de los jóvenes musulmanes que cometieron actos terroristas en París hace algunos años, no eran realmente devotos del islam, ni mucho menos apegados a los comportamientos que su religión les dicta: no cumplían con los cinco pilares de su religión (fe en Alá y la profecía de Mahoma, orar cinco veces al día, caridad o dar a los necesitados, ayuno en Ramadán y viajar a la Meca), tomaban alcohol, eran pequeños criminales, etc., pero en algún momento se sintieron parte de esa tradición religiosa. Y decidieron matar a cuantos infieles pudieran, de preferencia jóvenes como ellos. En otras palabras, ellos eran musulmanes, no tanto por sus creencias religiosas, sino por una cierta manera de vivir su otredad, su marginación en el mundo occidental. Era más cultura que religión, en cierto sentido. En ese caso, la religión desempeñó un papel articulador, etéreo, ficticio en buena medida, de sus frustraciones.

Otro ejemplo de esta línea tan tenue entre religión y cultura es el día de muertos en México y el culto a las calaveras, convertidas en objeto de identidad, pero también en una mercancía valiosa para el consumo de las masas. Ahora vemos altares de muertos en todas partes, en los lugares en principio más secularizados del país. Recuerdo que en su momento me llamó la atención un altar de muertos en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. Luego, al pasar los años, los veo en todos los centros de docencia e investigación, como El Colegio de México. ¿El altar de muertos es cultura o es religión? La respuesta es clara, creo yo: originalmente era una cuestión religiosa. El día de muertos o de los fieles difuntos está en el calendario litúrgico y se celebra al día siguiente que el día de todos los santos (1 y 2 de noviembre). Pero ahora se ha convertido más bien en una especie de culto de los ancestros, extendido a todos los fallecidos cercanos.

Al mismo tiempo, entre otras cuestiones gracias a la película de James Bond, se ha disparado su consumo comercial, bien empujado por todos aquellos que venden la idea de una festividad más, en la que ahora la venta de cempasúchil, máscaras, maquillaje, comida, etc., cumple su función de puente de ventas entre la independencia y Navidad. En los lugares seculares, como los mencionados, sirve para rememorar a colegas fallecidos y, desde esa perspectiva, no constituyen altares religiosos, sino de memoria, basados en una tradición muy mexicana. De la misma manera que las fiestas navideñas, donde se adornan lugares públicos, sufragados por el erario, que contribuye así a generar un ambiente y una emoción ligada a una religión. ¿Dónde comenzó la cultura y dónde terminó la religión?

Estas interrogantes las traigo a colación porque en Palacio Nacional se realizó hace algunas semanas, con motivo del Día de la Mujer, una ceremonia “tradicional” donde se le entregó el bastón de mando a la presidenta, emulando de alguna manera la que se hizo cuando AMLO después de tomar posesión, llevó a cabo un acto multitudinario en el Zócalo. Como en su momento reseñamos, la ceremonia, medio nativista, medio New Age, se sumergió en la ambigüedad que el populismo tiene con la religión. Pero en el caso actual, la ceremonia “tradicional” sí hizo alusión directa a los dioses, supongo que ancestrales. En otras palabras, aquí dicha ambigüedad entre tradición y religión permitió por primera vez en los tiempos modernos una ceremonia religiosa en el recinto principal de la nación. La ley, de por sí, prohíbe que cualquier funcionario acuda con esa categoría a cualquier ceremonia religiosa de culto público. Y esta ceremonia se convirtió en eso, más que en una entrega de un bastón de mando, amparada en nuestras tradiciones. No hay nada en la ley que permita hacer excepciones al respecto.

Pero al populismo le encanta jugar con las tradiciones, aún si estas pasan por encima de la ley y aún si la presidenta se presenta como una convencida de la laicidad de la república mexicana, tal como lo establece el artículo 40 de nuestra Constitución. El problema es que, una vez dado este ejemplo de violación de la ley en pleno Palacio Nacional, con el pretexto de una ceremonia tradicional, la puerta está abierta al menosprecio del Estado laico y al regreso de las religiones a la esfera pública.

Roberto Blancarte - 25 de marzo 2025

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