EL ENIGMA DE LOS ARANCELES

He leído múltiples interpretaciones sobre el sentido de los aranceles del presidente Trump al mundo. Menos, pero también muchas, sobre la mejor respuesta a los mismos. Uno tendería a pensar que uno depende de lo otro, aunque es también otro enigma por explorar. 

Empecemos por lo obvio: todos los economistas serios, desde los más progresistas hasta los de Wall Street, señalan que la imposición de aranceles es un grave error, con altos costos tanto para Estados Unidos como para los países a los que se les impusieron. Desde la izquierda estadounidense esto se lee como un intento para distraer al público de los verdaderos objetivos de Trump, que serían los de ocultar las medidas que en última instancia van a beneficiar a una élite que controla al país, mientras que se disminuyen los beneficios sociales de la mayoría. En suma, un efecto distractor. Me parece, sin embargo, que, si bien puede existir ese objetivo en general, la medida distractora sería no sólo costosa económicamente, sino también políticamente. Lo estamos viendo. Hay quien dice, habiendo leído sobre la forma de negociar de Trump, que en realidad él no quiere imponer aranceles, sino someter a los países para negociar con ellos diversas ventajas, tanto económicas como políticas. Un ejemplo de ello sería el amago a los países europeos para que se hagan cargo de su propia defensa, cosa que hasta cierto punto está logrando, al dejar claro que no necesariamente seguirá sosteniendo a Ucrania frente al invasor ruso. Pudiera muy bien ser una mezcla de estas dos razones. Lo que significaría que en realidad no estamos frente a un esquema irracional, pero tampoco frente a uno estrictamente racional y objetivo.   

No he visto algún análisis que afirme la sensatez de las medidas arancelarias y tampoco conozco al gurú economista de Trump que se lo haya aconsejado. Lo cual me lleva a suponer que, en realidad, la medida es esencialmente ideológica. Por ello entiendo, no basada en un análisis científico de la realidad, sino hecha a partir de supuestos arbitrarios surgidos de una lectura política, voluntarista, distorsionada e interesada de la misma. Lo que me lleva a concluir que, en buena medida los aranceles responden a una visión del mundo, compartida por amplios sectores de la derecha estadounidense y ampliamente difundida, de que el mundo se está aprovechando de los Estados Unidos, de que la supremacía blanca-occidental está en peligro (frente a China, pero también frente al creciente pluralismo europeo, y frente a los países del Sur pobre y criminal representado por América latina). Es totalmente ideológico y por lo mismo falso, pero eso es lo que realmente creen muchos que acompañan y han encumbrado a Trump. Y eso significa que los aranceles son una medida desesperada, absurda y caprichosa, pero para ellos efectiva, en la medida que frenaría la tendencia a la desaparición del hombre blanco y la supremacía de los Estados Unidos. El freno a la migración y la catalogación de terroristas a los narcotraficantes sería la medida que cerraría el círculo. No les preocupan los costos inmediatos porque están pensando en la victoria final que es nada más y nada menos que volver a hacer grande a los Estados Unidos de América. 

Ahora bien, como es una medida ideológica, no basada en un análisis sosegado y objetivo de la realidad, la pregunta es: ¿cómo hacerle frente, para evitar daños a nuestra economía y a nuestra población, tanto la que vive allá, como la que vive acá. La respuesta no es sencilla, porque los resultados no son claros. No cabe duda que la presidenta Sheinbaum ha logrado mantener la cabeza fría y no ha comprado un conflicto, que sabe, sería desastroso. No se va a pelear con Trump y le va entregar todas las muestras de colaboración posible, desde el freno a migrantes (y aceptación de su regreso), como la lucha intensificada contra la producción de fentanilo y contra los carteles de las drogas (rompiendo así con la política pasivamente cómplice de su antecesor), recuperando de paso el control de territorios perdidos al crimen organizado. Sin embargo, no por restarle méritos indiscutibles a la presidenta de México, pero el primer ministro de Canadá hizo exactamente lo contrario y obtuvo los mismos beneficios. Lo cual significa que no es tanto la postura que se tome frente a Trump, sino las condiciones objetivas de la relación, léase el T-MEC y el peso de nuestros intercambios (no sólo económicos), nada desdeñables, lo que determina el resultado. No lo digo para sugerir un cambio de política, sino para entender que incluso la ideología, en ambos lados, tiene un límite. 

 

Roberto Blancarte - 11 de abril 2025 

Previous
Previous

CREER EN JESÚS  (bajo el signo de la impunidad) 

Next
Next

EL PAPA NO VA A RENUNCIAR