EN LIBRE CONCIENCIA

Después de casi dos años de haber sido censurado por el gobierno de la mal llamada 4T, regreso a los espacios públicos para, una vez más, simple y sencillamente decir lo que pienso, con la libertad que el oficio de escribir requiere. El título de este artículo es, precisamente, en libre conciencia, porque eso es lo que, desde mi punto de vista, una sociedad plural y democrática requiere. Es decir, voces que, después de haber examinado, en conciencia, un determinado asunto, se expresen con total libertad. Suena fácil, pero no es así. Se interponen intereses de todo tipo, desde políticos hasta económicos, fuerzas acostumbradas a imponer su voluntad, o a quebrar las de otros, ideologías totalitarias o autoritarias que no toleran críticas o señalamientos y todo tipo de servilismos a los que la cultura política mexicana nos tiene acostumbrados. 

La libre conciencia existe desde hace milenios, como lo prueban las actitudes de muchos que prefirieron morir antes que ir contra sus creencias. La defendieron grandes pensadores, laicos (seculares) y religiosos. San Agustín, por ejemplo, la defendió. Pero en la era moderna fue Lutero quien puso el ejemplo de lo que ésta significaba y abrió así el camino del derecho a disentir, a partir de convicciones radicadas en su fuero interno. Su historia es conocida, pero vale la pena recordarla, pues representa el inicio de muchas libertades modernas, como la de conciencia, de creencias, de religión y de convicciones éticas.  

A la muerte de su abuelo Maximiliano en 1519, el joven Carlos de Habsburgo se había hecho coronar en Aquisgrán, en octubre de 1520, “Emperador de los romanos”, es decir del Sacro Imperio Romano Germánico. Al año siguiente, en abril de 1521, tuvo lugar la Dieta de Worms, que constituía la primera reunión oficial de Carlos V con sus electores y miembros de los diversos estamentos alemanes y en presencia de muchos representantes diplomáticos. Hasta allí llegó Lutero con un salvoconducto tramitado por el duque de Sajonia y negociado por consejeros del emperador, como Erasmo, que contradijeron al papa, quien pedía que se lo enviaran a Roma para castigarlo.

Lutero se presentó ante el joven emperador, y el obispo de Tréveris, Johannes von Eck, en latín y en alemán, le hizo dos preguntas: ¿Eran suyos los libros que llevaban su nombre? Y, en tal caso, ¿estaba dispuesto a retractarse de lo que estaba escrito en ellos? Lutero respondió que sí, él era el autor de todos esos libros, y que también había escrito otros. En cuanto a la segunda pregunta, Lutero solicitó tiempo para reflexionar. Le concedieron un día, así que, a la mañana siguiente, el teólogo agustino, ante toda la nobleza alemana y el emperador, respondió, entre otras cosas: “A menos de que se me convenza con las Escrituras y la mera razón no acepto la autoridad de los papas y concilios, pues se han contradicho entre sí. Mi conciencia es cautiva de la palabra de Dios. No puedo retractarme y no me retractaré de nada, pues ir contra la conciencia no es justo ni seguro. Aquí me planto. Dios me ayude. Amén.”  Y como he señalado ya en otros lados, con este valiente acto de honestidad intelectual, Lutero estableció claramente la importancia y necesidad de la libre conciencia, para creer algo distinto a lo establecido por la institución eclesiástica y sus protectores temporales. Así comenzó a gestarse, en el mundo occidental y luego en otras partes del planeta, la posibilidad de creer en algo distinto, de acuerdo a los dictados personales de la conciencia de cada quien. 

Este es, para mí, el mayor ejemplo de congruencia, valor y dignidad, que un intelectual, un periodista, un escritor, puede tener. Plantarse ante el mayor poder temporal existente en el mundo y decirle en su cara que no, no se retracta de lo dicho, de acuerdo a lo que su conciencia, libre, le dicta. Y ese es uno de los valores de nuestra democracia, basada en la pluralidad de opiniones y de valores, que un Estado constitucional de derecho debe defender. Pero, para que lo haga cabalmente, primero somos nosotros los que tenemos que afirmar y sostener nuestra opinión. 

Roberto Blancarte 

Febrero 2024

Previous
Previous

LA MUERTE Y SUS EQUÍVOCOS

Next
Next

LA DICTADURA IMPERFECTA