LA DICTADURA IMPERFECTA
Cuando a fines de agosto de 1990 Mario Vargas Llosa sacudió las conciencias de la opinión pública mexicana, al señalar con ojo crítico que la mexicana era “la dictadura perfecta”, pudo no haber sido tan preciso, como se lo recriminó un incómodo Octavio Paz, pero ciertamente abrió un debate sobre las características del régimen priísta, que no acababa de morir (aunque ya daba señales claras de agotamiento) y acerca de la compleja relación de buena parte de la intelectualidad mexicana con dicho sistema político. Lo que hizo Vargas Llosa fue simplemente desnudar a un régimen que durante décadas se presentó como democrático, progresista y no represor, sobre todo frente a las diversas dictaduras militares latinoamericanas.
Vargas Llosa dijo que no creía que se pudiera exonerar a México de esa tradición de dictaduras. Y ahí es cuando soltó su discurso lapidario: "México es la dictadura perfecta. La dictadura perfecta no es el comunismo. No es la URSS. No es Fidel Castro. La dictadura perfecta es México, porque es la dictadura camuflada. De tal modo que puede parecer no ser una dictadura, pero tiene de hecho, si uno escarba, todas las características de la dictadura: la permanencia, no de un hombre, pero sí de un partido. Un partido que es inamovible. Un partido que concede suficiente espacio para la crítica en la medida en que esa crítica le sirve porque confirma que es un partido democrático, pero que suprime por todos los medios, incluso los peores, aquella crítica que de alguna manera pone en peligro su permanencia.
Una dictadura que además ha creado una retórica que lo justifica, una retórica de izquierda, para la cual a lo largo de su historia reclutó muy eficientemente a los intelectuales, a la intelligentsia. Yo no creo que haya en América Latina ningún caso de sistema, de dictadura, que haya reclutado tan eficientemente al medio intelectual, sobornándolo, de una manera muy sutil, a través de trabajos, a través de nombramientos, a través de cargos públicos, sin exigirle una adulación sistemática, como hacen los dictadores vulgares. Por el contrario, pidiéndole más bien una actitud crítica. Porque esa era la mejor manera de garantizar la permanencia de ese partido en el poder… Tanto es una dictadura que todas las dictaduras latinoamericanas, desde que yo tengo uso de razón, han tratado de crear algo equivalente al PRI en sus propios países.”
Quizás Vargas Llosa abusó del concepto de “dictadura”, pero ciertamente nos obligó a muchos a repensar nuestra trayectoria nacional y a dejar de suponer que vivíamos una democracia imperfecta o limitada y que quizás “la hegemonía” partidista, como la calificó Octavio Paz, en realidad ocultaba un régimen más autoritario del que habíamos percibido. Pero, en cualquier caso, era interesante lo dicho con agudeza por el escritor peruano, sobre todo en lo referente a los intelectuales de izquierda que habrían generado una retórica justificante. Pensemos en el echeverrismo y en el lopezportillismo, que albergó a muchos de ellos, pero que, en efecto, suprimía por todos los medios aquella crítica que el régimen, suponía, ponía en peligro su permanencia. Digamos, desde la eliminación con medios ilegales de la guerrilla, hasta el golpe a Excelsior.
Ahora, en cambio, siguiendo la definición de Vargas Llosa, podríamos decir que tenemos un gobierno que pretende establecer una “dictadura” como la de antes, pero sin contar ni con las capacidades, ni con los instrumentos, ni con los tiempos de aquella establecida por el priísmo y que en efecto fue desmantelada en la década siguiente al discurso del ahora premio Nobel peruano. Las razones son varias, La 4T no tiene de su lado a los intelectuales mexicanos. El nacionalismo revolucionario ya no tiene atractivo para ellos, como no lo tuvo el socialismo real para la mayoría de los intelectuales europeos de la posguerra.
En el caso mexicano, el régimen que López Obrador busca imponer es burdo, panfletero, obviamente autoritario y abiertamente represor de los medios y los periodistas que no lo alaban. Se ha dedicado a agredir a intelectuales, periodistas y opinadores, al grado de normalizar la violencia verbal y los ataques de sus huestes. Quienes la promueven, la justifican como un derecho de réplica, como si la fuerza del Estado no estuviera detrás de esa amenazas o agresiones. Algunos medios, como siempre, han terminado por ceder ante esas presiones, argumentando equilibrios periodísticos y recibiendo la publicidad oficial a cambio de algunas cabezas. Lo cierto es que privilegian la sobrevivencia del medio, por encima de la libertad de prensa y de expresión.
Estamos pues frente a un intento de dictadura, que de por sí se manifiesta imperfecta. No hay ni siquiera el intento de disfrazarla, de hacer que parezca una democracia, más que en los discursos vacuos de sus líderes. Todos los esfuerzos por eliminar contrapesos y críticas son cada vez más grotescos. Se presentan, así como un régimen autoritario, incapaz de aceptar las críticas o de escuchar opiniones diversas. Por ello la consigna de que la fidelidad está por encima de la eficiencia. O se está con ellos, o se está contra ellos. El retrato perfecto de una pretensión de dictadura, además de todo, imperfecta.
Roberto Blancarte
Marzo 2024